versos viejitos

El hombre-pájaro / El ornitólogo.

(Encontré MÁS poemas de cuando tenía 17 años y me decían «jovenpromesadelapoesía». Se los comparto ahora que tengo 22 y ya nomás me dicen «titúlate»).

.

El Hombre-Pájaro

Existe un hombre pájaro

que por las noches

llora con los sauces

y canta al oído

a las muchachas

que se han quedado dormidas

escuchando crecer la yerba.

Su plumaje

está compuesto

por poemas chamuscados.

Es inútil su captura.

El hombre-pájaro

no puede vivir en cautiverio

por mucho tiempo.

Quema la rama

sobre la que se posa.

Corta sus alas

para que

yo no pueda

mutilarlo antes.

Su voluntad es volátil.

Y su fuego,

ay, el fuego.

.

El ornitólogo

Mi ornitólogo sonríe

pero jamás hace ruido:

ha sacrificado la carcajada

por su vocación silenciosa.

En su cuaderno guarda

celosamente

los bocetos

de mis cicatrices.

Sus dedos de arcilla,

de espera templada,

cantan en vez de su garganta

y estas plumas

quedan ahora mejor

bajo su mano.

El ornitólogo nunca olvida

que tengo alas

hasta que me ha metido

en su jaula.

No cierra la puerta.

Aún así,

yo creo

que nunca olvida

que tengo alas.

Yo tampoco.

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Que si el amor.

(Éste es otro de los poemas que aparecieron entre mis cuadernos de la prepa. Creo que tenía 17 años. Concédanme el berrinche, era -todavía más- adolescente).

Que si el amor nos conoce.

¡Qué va!

No sabría dónde encontrarnos.

Qué manera de tenernos

sin que el amor venga al caso.

Que se joda el amor,

que siga pudriéndose

cada año o dos

como ha venido haciéndolo.

Que se joda.

Tú y yo,

más primitivos que el amor,

menos bestiales que el deseo,

nos adoramos.

Tótems,

ídolos al fin,

deidades.

Arcilla la lluvia

lo sabe

corteza hiedra

nos adoramos.

Telúricos

sanguíneos

arrodillados.

Que si el amor nos ha buscado.

¡Qué va!

¿Qué haría el amor

entre nosotros

más que estorbarnos?

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Soledad.

(Este es otro poema de cuando yo tenía dieciséis años y era emo). 

Mi soledad no es de perros
ni de cuervos
ni de libros
como la de algunos poetas.

Mi soledad es
toda
ella
sola.

Trae olor de mujer dulce,
de dulce dolor del deseo,
de fruta madura
derritiéndose cerca.

Mi soledad clavada en la cama
se retuerce.

Se vendería barata
si no me trajera arrastrando.

Sobre el asfalto grita
¡Furia!
¡Hombre!
y a las dos nos araña el pecho
su nombre.

Mi soledad es
toda
ella
entrañas.

«Mi soledad»
está mal escrito.

A mi soledad
no le hacen compañía
ni los adjetivos.

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